Desde que nacemos, los humanos aprendemos a observar, reconocer e identificar las características del entorno físico y social que nos rodea. Aprendemos de todo y de forma global, a la vez que nos relacionamos con los demás, adultos y niños, y asimilamos la cultura y los hábitos de nuestro entorno: un entorno que vela por nuestro desarrollo. A medida que el niño crece y progresa en su aprendizaje, avanza en su camino para integrarse a la comunidad como adulto. Las etapas de este proceso están marcadas por rituales de paso, bien conocidos por los antropólogos, que a veces dejan rastros, en forma de objetos, en el registro arqueológico.
A lo largo de la historia, los juegos han contribuido al desarrollo físico y mental de los niños, activando la capacidad estratégica, el espíritu creativo o la competitividad, ya sea de manera individual o grupal. A través del juego los niños descubren el entorno, imitan el comportamiento de los adultos y se relacionan con otros niños. Con meses, los pequeños juegan con sonajeros o pequeñas figuras de cerámica. Más adelante, los juegos de rol llevarán a las niñas a jugar con muñecas y a los niños con espadas, caballos y carros.
