EL TEMPS DE LA MEMÒRIA

TRESORS DEL MUSEU D’ARQUEOLOGIA DE CATALUNYA A GIRONA

Hacha pulida

Hacha pulida

Jade

5.600-4.500 aC

Ripoll (Ripollès)

El Museo Arqueológico de Girona posee varias hachas de piedra pulida. La que aquí comentamos está hecha de una roca ígnea de color negro, muy compacta. Esta roca ha permitido un trabajo de pulido muy cuidadoso que le da una superficie muy fina, muy bien pulida. Se adelgaza hacia el extremo por donde se enmangaba. Por el otro extremo se acercan los dos lados anchos para formar los dos biseles que se juntan en el corte, la parte útil del hacha. Fue encontrada en Ripoll. Sus medidas máximas son 7,8 cm de largo, 4,3 cm de ancho y 2,2 cm de espesor.

 

El tipo de roca, la delicadeza del trabajo y las pequeñas dimensiones la sitúan dentro de las pequeñas hachas muy bien trabajadas sobre rocas duras, a las que se supone una función más simbólica que práctica, como objetos que prestigiaban a su poseedor.

 

Las hachas de piedra pulida que se encontraban dispersas por Europa llamaron la atención desde la antigüedad. Encontrar una era un buen augurio. En época moderna los contactos con pueblos primitivos que utilizaban herramientas similares hizo entender que podían ser armas o herramientas de un pasado remoto. Hasta entonces se habían considerado piedras de rayo. Se creía que cada rayo llevaba en la punta una de estas piedras, que era la que mataba, incendiaba o hendía allí donde caía. También se creía que donde había caído un rayo no podía caer otro, creencia de que las hacía valiosas para proteger personas y bienes inmuebles. La creencia en piedras de rayo en el Viejo Mundo era universal y llegaba hasta el Japón.

 

En la segunda mitad del siglo XIX, cuando se empezaron a establecer los períodos de la prehistoria, las hachas de piedra pulida sirvieron para distinguir su época, que se llamó neolítico, o sea, piedra nueva, de la época anterior, caracterizada por las hachas y otras herramientas de piedra simplemente talladas, llamada paleolítico, piedra vieja. Hoy en día los inicios de la agricultura y la ganadería caracterizan mejor el neolítico (6000-4700 aC), y los tipos de cerámica permiten establecer sus fases, pero las hachas de piedra pulida todavía son muy características. Tradicionalmente se consideran hojas de hacha o de azuela. El extremo más estrecho es el que servía para unirlas al mango directamente o a través de una pieza complementaria. El hacha se ponía haciendo un ángulo ligeramente agudo con el mango y el extremo biselado; a diferencia de nuestras hachas, quedaba en posición transversal al mango. Seguro que sirvieron también como azadas para remover la tierra y arrancar malas hierbas.

 

En Catalunya la mayoría de las hachas o de azuelas pulimentadas que eran realmente útiles están hechas de una roca metamórfica llamada corneana, abundante en los Pirineos, que es arrastrada por los ríos que bajan en forma de guijarros aplanados. El hacha se hacía sobre el diámetro más alargado del guijarro, desbastando los lados del mismo. Se conseguía así una base de piedra de la misma longitud y grosor del guijarro, y de una anchura adecuada. Un extremo era adelgazado también a golpes y el otro, el biselado y cortador, era acabado por pulimiento contra una roca abrasiva. En las riberas del Segre hay talleres de fabricación de estas herramientas.

 

Las hachas como ésta del Museo de Girona son excepcionales, y de ahí su supuesto valor simbólico y de prestigio, avalado porque son las que se suelen encontrar en sepulturas. Que las hachas podían tener un valor añadido y de objeto de intercambio lo demuestra que, hasta hace poco, éste era todavía el caso entre los indígenas de Nueva Guinea, que las fabricaban simplemente como bienes de prestigio, o la presencia por gran parte de Europa occidental de preciosas hojas de hacha de más de 30 cm de largo de color verde, hechas de jade procedente de los Alpes italianos. Son claramente piezas simbólicas que prestigiar su poseedor, que difícilmente se habría arriesgado a usarlas, y que se suelen encontrar en sepulturas grandes y ricas, como los dólmenes de Bretaña.

Narcís Soler

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